THE OBJECTIVE
Cultura

Ray Loriga quita el velo trágico a la muerte en su nueva novela

Tras haber superado un tumor cerebral y convivir con sus secuelas (una en forma de aparatoso parche pirata), el escritor regresa con ‘Cualquier verano es un final’

Ray Loriga quita el velo trágico a la muerte en su nueva novela

El escritor, director y guionista Ray Loriga. | JEOSM

Hace ya tres años que Ray Loriga burló la muerte tras superar la operación a la que fue sometido para extirpar un tumor cerebral. De aquello le ha quedado un oído dañado, un parche en el ojo y el descanso y la siesta prescritos médicamente. Bromea con ello, con lo de tener la siesta prescrita, cuando nos sentamos a conversar sobre su última novela. Dice que está bien y, cuando observamos que habrá quien piense que el parche es un plus más en su fama de pirata, responde que «ojalá». Y luego ya desarrolla que sus ojos no convergen, y por eso ha de taparse el derecho: «Si no, no me puedo mover. No puedo leer ni andar por la calle tranquilo porque veo triple. Y con el parche que me he quedado».

Con Cualquier verano es un final, Alfaguara y él estrenan el año literario. La historia de ese estío que se anuncia como cierre tiene por protagonistas a Luiz, Yorick y a Alma. Luiz, un estupendo vividor, coquetea con la idea de matarse, pero de una forma muy apacible, sin dramas, desde la atalaya privilegiada en que está instalado. Yorick y Alma lo adoran, de diferentes maneras, y tienen que deglutir su decisión a lo largo de la obra. Y Loriga, por su parte, envuelve esta trama en la belleza lírica evocadora que siempre gasta. Un botón: «Quede claro que no era Alma quien me pisoteaba el orgullo (y el corazón), sino Luiz. Y aún pisaba más cosas, porque detrás del orgullo, alta y absurda empalizada, se acurruca el enano de la tristeza, que es lo que en verdad duele». Otro: «Saludaba a diestro y siniestro, como si quisiese avanzar por una jungla muy tupida utilizando su sonrisa como único machete».

El escritor Ray Loriga durante una entrevista para presentar su libro ‘Cualquier verano es un final’. | Carlos Luján (EP)

Lo interesante de la novela, por novedoso, es que no es fácil para el lector decidir qué sentimientos mueven los hilos de la relación entre los tres, y especialmente entre Luiz y Yorick. No se acaba de saber si lo suyo es amistad o amor. Lo único inapelable es que, sea lo que fuere que describe su vínculo, está impregnado de una admiración estratosférica, ditirámbica, que dice Loriga en la obra. «Es que creo que la amistad, y eso es lo que exploro en el libro, la amistad en grado sumo es amor. Es amor con todos los condicionantes y particularidades de un amor romántico también. Se prenden ahí muchas de las cosas que también se formulan en un amor de pareja (…) Y en todo amor romántico existe un proceso de sublimación. ¿Por qué una persona en concreto nos hace sentir así? En gran medida es porque le hemos imbuido de ese poder. Por eso los desengaños amorosos son tan dolorosos y tan duros, porque nos rompen todos esos sueños desmesurados que hemos puesto en una persona, y le hacemos culpable de habernos defraudado».

La muerte, desprovista de solemnidad

Además de la naturaleza de los sentimientos que nos unen o separan de los demás, el otro gran tema de la nueva novela de Loriga es la muerte. Pero no la muerte convencional, pálida por enferma y temible, sino una desprovista de toda solemnidad. Un tono ligero atraviesa todas estas páginas, y provoca arrullo, más que escándalo: «Me imaginaba más bien un paso a dos con la muerte, de una manera casi dulce. Me parece una manera de acercarse con más tranquilidad a algo inevitable (…). Me interesaba que la novela tuviera un rumor prácticamente encantador. No sé cómo se lee, pero lo que yo he intentado es que fuera una experiencia placentera a pesar de esos temas que toca».

Portada del libro.

Usa Luiz, en su argumentario para quitarse de en medio, estas palabras: «Hay quien considera que el pensamiento de cualquiera es tan válido como el de los sabios. Pues bien, yo, desde luego, no soy uno de ésos. Desde donde yo lo veo, y, créeme, nadie lo puede ver por mí con más precisión, mi vida carece de mérito o sentido. Cada mañana soy plenamente consciente de que nada de lo que pueda llevar a cabo transformará el día en algo de valor y, fracasado en esa alquimia, no soy capaz de pensar en el tiempo que me queda por delante, que, más allá de resultar más o menos placentero, carece por completo de significado. La felicidad me provoca un tedio nauseabundo, y la dificultad me aterra. Así las cosas, sólo veo una salida lógica».

«En el hospital somos todos prácticamente iguales, llevamos todos la misma bata y nos pasan cosas parecidas»

Solemos ser censores del abatimiento de los demás, en esta sociedad vitalista. Sin embargo, como afirma el escritor, el protagonista de su novela «lo lleva con tanta calma que se te quitan las ganas de aleccionarle de ninguna manera». Así sucede. Le pregunto cuánto hay de lo que él ha atravesado recientemente en Cualquier verano es un final: «Evidentemente, pasando muchos meses en un hospital rodeado de situaciones graves, y padeciendo una al mismo tiempo (…) tuve mucho tiempo para pensar. Allí somos todos prácticamente iguales, llevamos todos la misma bata, dormimos en la misma cama y nos pasan cosas parecidas: da igual que seas escritor, presidente del Gobierno, panadero, fontanero, bailarina del Bolshói o diva internacional. Yo en concreto que ni siquiera podía leer, que es lo que suelo hacer cuando estoy parado, pues le daba vueltas a la cabeza. En gran medida, sale de ahí el tema». Una vez que supo que quería escribir sobre la muerte, la usó como mecha de la que prender «el artefacto literario», «la escritura misma», que es lo que más le interesa.

Y la muerte, ya se sabe, es detonante siempre. También para Yorick y Luiz que, en el que puede ser su último verano juntos, exprimen los días con un feroz pero relajado nihilismo. Dice Loriga al respecto: «Incluso los que se niegan en redondo a pensar en la muerte actúan en consecuencia. Es inevitable que nos imponga ciertas conductas en el sentido que dices, el que está sin saberlo explotando mucho las situaciones o intentando disfrutar al máximo de ciertas situaciones que pueden ser de lo más tranquilas, como las de estos dos señores, que no están haciendo realmente nada extraordinario, están mirando al mar tan tranquilamente y muchas veces en silencio».

Impacto en las generaciones siguientes

Han logrado ese estatus, de hecho. Luiz le ha enseñado a Yorick esa ataraxia extraña. Dice Yorick de ellos dos: «No defendíamos con nuestro ejército imaginario sino la bandera de nuestra sagrada tranquilidad». Todo un acto revolucionario, reclamar tranquilidad en 2023. «Sí, por eso se consideran ellos mismos un ejército mental, porque quieren conseguir realmente un espacio alejado de logros, metas, resultados… Siempre parece que tenemos que encontrarle un resultado a los momentos que vivimos, y eso nos impide muchas veces vivirlos, precisamente. Si haces algo en busca de algo, ese algo es otro algo y al final el propio camino que te ha llevado hasta ahí no lo has vivido, no lo has disfrutado», reflexiona un Loriga también calmado.

Con el hecho de que Luiz tenga que irse a Suiza para encontrar una muerte apacible (en España la ley solo lo permite si el paciente padece una enfermedad terminal o tiene limitada su autonomía), Loriga no ha querido «abrir ningún melón, ni político ni social». Esa posibilidad solo existe en Canadá o en Suiza, dice, y él ha escogido una de las dos para su trama. A Luiz, a Yorick, a Alma, a los que ya son tres personajes que acompañarán su memoria escritora, los ha compuesto sumando «muchos retazos de amigos y amigas íntimos» con los que ha compartido «verdaderos momentos de paz». Y espera seguir compartiéndolos.

Ray Loriga ha despertado admiraciones febriles en muchos jóvenes que se adentran en el camino literario. Se lo decimos. «Por un lado me pone contento, medianamente satisfecho pensar que lo que has escrito ha tenido alguna fertilidad o impacto en las generaciones siguientes, en lectores a los que de alguna manera has podido tocar. Es para lo que se escribe. Nunca olvido, después de 30 años de carrera, lo que significaba para mí tener un libro publicado, el sueño de estar en ese otro lado del cristal de las tiendas de libros, aunque no fuera en el escaparate sino dentro, de lado, como fuera, pero saber que estás también ahí donde están Tolstoi, Balzac, el Quijote, Vargas Llosa, Pío Baroja, Marguerite Duras, Virginia Wolf…». Y añade con humor: «Me sigue pareciendo un poco milagro conseguir eso, y no dejo de recordarme la suerte que he tenido y tengo, incluso durante las jornadas maratonianas de promoción».

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D